Fue alli justo despues de recorrer 35 mil kilometros que decidi descansar, renuncie a mi pesado equipaje, y me senté en una banca en el muelle, junto a un farol sobre el mar, en medio de la más fuerte tempestad de verano, permaneci alli durante algunas horas, con una mano acariciaba el aguas del mar que por las altas olas golpeaban contra el muelle, mientras con la otra me enjugaba los ojos, la lluvia era tan fuerte que incluso despues de llover aun corrian gotas saladas en mi rostro, era cai la hora de la puesta de sol, pero las nubes cubrian por completo el preludio del dia, ocultando la belleza enigmatica de los paisajes caribeños.
Luego que dejó de llover, me levante, ajuste mis botas y me ceñi el morral, ya más liviano, limpie mis ojos para aclarar la vista y emprendi un nuevo rumbo, un nuevo camino, sin prisa, pero sin pausa, teniendo a Elohim al norte y con la frente en alto, sabiendo que los mejores lugares me esperan si confio en mi norte y continuo mi camino sin mirar atrás.