miércoles, 28 de octubre de 2020

Poema de dia #1 parte 1



 Cada amanecer oculta una victoria, pues con su luz y fulgor dejo atrás la  oscura noche,  así los primeros rayos de sol traen consigo una gloria implícita que se expresa en luz. 

 Cada día al despertar podemos contemplar una obra maestra de Dios, una muestra  sublime de su majestuosa belleza que satura los sentidos.

El mar  paciente espera el alba y con sublime deleite  bebe sin prisa de su brillo y fulgor, tanto así que refleja en su lecho su luz como queriéndola abrazar, 

Con la aurora y el mar en mente llega a mi un pensamiento: un recuerdo tan dulce y etéreo, que dibuja en mi rostro una sonrisa, me acuerdo que tu nombre invita a navegar entonces pienso:  quizás si me aferro con fuerza a este ideal, vendrás un día a mi lado desde lo lejos desde el horizonte a atracar justo aquí en mi muelle, haciendo gala de tu hermosa proa,  si esto es así podría esperar mil años, sentado en una banca , imaginando que la corriente del mar me acerca más a ti, que mas allá de la senda que la luz dibuja en el mar estas tu y es que somos “vecinos” de este océano, unidos por sus cálidas aguas y me llena una esperanza al saber que siguiendo las orillas estas tú al final,  rodeada de murallas y castillos, recostada en la orilla conectada con  el mismo sol de la aurora que nos une en la distancia.

Continuara...

miércoles, 27 de marzo de 2019

Instante 0011 U nuevo Comienzo 1- Parte


Fue alli justo despues de recorrer 35 mil kilometros que decidi descansar, renuncie a mi pesado equipaje, y me senté en una banca en el muelle, junto a un farol sobre el mar, en medio de la más fuerte tempestad  de verano, permaneci alli durante algunas horas, con una mano acariciaba  el  aguas del mar que por las altas olas golpeaban contra el muelle, mientras con la otra me enjugaba los ojos, la lluvia era tan fuerte que incluso despues de llover aun corrian gotas saladas en mi rostro, era cai la hora de la puesta de sol, pero las nubes cubrian por completo el preludio del dia, ocultando la belleza enigmatica de los paisajes caribeños.

Luego que dejó de llover, me levante, ajuste mis botas y me ceñi el morral, ya más liviano, limpie  mis ojos para aclarar la vista y emprendi un nuevo rumbo, un nuevo camino, sin prisa, pero sin pausa, teniendo a Elohim al norte y con la frente en alto, sabiendo que los mejores lugares me esperan si confio en  mi norte y continuo mi camino sin mirar atrás.



jueves, 10 de marzo de 2016

Papá Olvida - Anonimo


Escucha, hijo: voy a decirte esto mientras duermes, una manecita metida bajo la mejilla y los rubios rizos pegados a tu frente humedecida.

He entrado solo a tu cuarto. Hace unos minutos, mientras leía mi diario en la biblioteca, sentí una hola de remordimiento que me ahogaba. Culpable, vine junto a tu cama.

Esto es lo que pensaba, hijo: me enojé contigo.

Te regañé porque no te limpiaste los zapatos. Te grité porque dejaste caer algo al suelo.

Durante el desayuno te regañé también. Volcaste las cosas. Tragaste la comida sin cuidado.

Pusiste los codos sobre la mesa. Untaste demasiado el pan con la mantequilla. Y cuando te ibas a jugar y yo salía a tomar el tren, te volviste y me saludaste con la mano y dijiste: “¡Adiós, papito!” y yo fruncí el entrecejo y te respondí: “¡Ten erguidos los hombros!”

Al caer la tarde todo empezó de nuevo. Al acercarme a casa te vi, de rodillas, jugando en la calle. Tenías agujeros en las medias. Te humillé ante tus amiguitos al hacerte marchar a casa delante de mí.

Las medias son caras, y si tuvieras que comprarlas tú, serías más cuidadoso. Pensar, hijo, que un padre diga eso.

¿Recuerdas, más tarde, cuando yo leía en la biblioteca y entraste tímidamente, con una mirada de perseguido? Cuando levanté la vista del diario, impaciente por la interrupción, vacilaste en la puerta.

“¿Qué quieres ahora?”, te dije bruscamente.

Nada respondiste, pero te lanzaste en tempestuosa carrera y me echaste los brazos al cuello y me besaste, y tus bracitos me apretaron con un cariño que Dios había hecho florecer en tu corazón y que ni aun el descuido ajeno puede agostar.

Y luego te fuiste a dormir, con breves pasitos ruidosos por la escalera.

Bien, hijo: poco después fue cuando se me cayó el diario de las manos y entró en mí un terrible temor. ¿Qué estaba haciendo de mí la costumbre?

La costumbre de encontrar defectos, de reprender; ésta era mi recompensa a ti por ser un niño. No era que yo no te amara; era que esperaba demasiado de ti. Y medía según la vara de mis años maduros.

Y hay tanto de bueno y de bello y de recto en tu carácter. Ese corazoncito tuyo es grande como el sol que nace entre las colinas.

Así lo demostraste con tu espontáneo impulso de correr a besarme esta noche. Nada más que eso importa esta noche, hijo. He llegado hasta tu camita en la oscuridad, y me he arrodillado, lleno de vergüenza.

Es una pobre explicación; sé que no comprenderías estas cosas si te las dijera cuando estás despierto.

Pero mañana seré un verdadero papito. Seré tu compañero, y sufriré cuando sufras, y reiré cuando rías. Me morderé la lengua cuando esté por pronunciar palabras impacientes. No haré más que decirme, como si fuera un ritual: “No es más que un niño, un niño pequeñito”.

Temo haberte imaginado hombre.

Pero al verte ahora, hijo, acurrucado, fatigado en tu camita, veo que eres un bebé todavía. Ayer estabas en los brazos de tu madre, con la cabeza en su hombro.

He pedido demasiado, demasiado…

W. Livingston Larned

Instantes - Jorge Luis Borges